miércoles, 13 de julio de 2011

La ética del decrecimiento (o lo que debería ser la agenda de los verdes)

¿Qué diablos es eso del decrecimiento? La sola palabra suena feo porque nuestros oídos están demasiado acostumbrados a pensar en el crecimiento como algo positivo.
Desde pequeños se nos ha inculcado que uno de nuestros objetivos vitales –si no el único– debe ser crecer. Crecer físicamente, emocionalmente, socialmente, culturalmente y, sobre todo, financieramente. Los países se empeñan en que sus economías crezcan y el aumento del PIB se toma como una señal de mejoramiento absoluto. Y no faltan razones para ello: una economía más grande genera más empleos, lo que a su vez genera más ingresos, más demanda, más producción y, como resultado, más crecimiento de nuevo para asegurar más riqueza. El desarrollo, tanto en las personas como en las naciones, consiste en llegar a ser más de lo que se era antes, especialmente si el aumento es cuantificable. Ese criterio es el que me permite decir que soy más educado si tengo más títulos y he leído más libros, o que soy más culto si voy a más conciertos y más exposiciones, o que soy más sociable si tengo más amigos, sin importar si se trata de mis 600+ “amigos” de facebook o de mis cuatro entrañables amigos de la infancia.
La idea del crecimiento es connatural a nuestra economía, a nuestro pensamiento y a nuestro estilo de vida. En la mayoría de deportes el objetivo es conseguir más puntos. En nuestros trabajos se premia al que consigue más resultados. La publicidad nos pide que compremos más cosas y para ello debemos hacer más actividades que nos permitan conseguir más dinero, para comprar más tiempo, para poder procesar cada vez más información y así, algún día, poder llegar a ser más felices. Desde la óptica del crecimiento, la felicidad es una cuestión de acumulación (tal vez por eso se está volviendo tan crítico el problema de los acumuladores patológicos en sociedades como la norteamericana). El imperativo de crecer y desarrollarnos está grabado con fuego en lo más profundo de nuestra sociedad, de nuestra cultura y de nuestra alma. Desde hace mucho tiempo, los que no crecen son una vergüenza sólo superada por los que no quieren crecer. Esos últimos son la escoria de la humanidad.
Intrínsecamente no hay nada de malo en crecer. Pero si el asunto se mira desde una perspectiva de conjunto, es claro que esta obsesión con el crecimiento a escala planetaria ha tenido y tiene efectos devastadores. En primer lugar, está el problema obvio y aberrante de la desigualdad: el 20% de la gente del planeta controla más del 80% de sus recursos. Más de 2000 millones de personas viven con menos de un dólar al día, mientras unos pocos disfrutan de fortunas que parecen el presupuesto de un país pequeño. Para esa minoría, el crecimiento es algo apenas natural y hasta inevitable. Pero para la mayoría que vive en la pobreza, el imperativo de crecer es simplemente imposible, frustrante e insultante.
Pero, ¿por qué no crecemos todos de la misma forma? Hace unos años se hubiera dicho con descaro que algunas razas “inferiores” no poseían el empuje necesario para sobresalir. Hoy sabemos que la respuesta es más simple: Los recursos no alcanzan para todos. O mejor dicho, alcanzarían si no tuviéramos como objetivo vivir al estilo de las estrellas de Hollywood. Para ponerlo en términos sencillos, si todos consumiéramos al mismo ritmo y en las mismas cantidades que el norteamericano promedio, necesitaríamos entre cinco y seis planetas. El que tenemos (el único), sólo alcanzaría para todos si viviéramos como el colombiano promedio, es decir, a duras penas. Esa es la primera razón por la que el crecimiento sin más puede convertirse en un problema: crecer ilimitadamente en un planeta limitado es una contradicción de términos. A pesar de eso, en octubre de 2011 completaremos el número mágico de siete mil millones de personas sobre la tierra. Siete mil millones, de los cuales la gran mayoría sueña con vivir como Bill Gates o Madonna.
El segundo problema del crecimiento es el mismo que tiene cualquier otra obsesión: la imposibilidad de pensar en cualquier alternativa diferente de aquella que nos obsesiona. El crecimiento obsesivo, en efecto, se acerca mucho a una enfermedad mental. Cuando se entra en el estilo de vida consumista el tiempo no alcanza para nada, el sueldo no alcanza para nada y las satisfacciones no alcanzan a satisfacernos. Y esto ocurre porque siempre necesitamos más: más productos y servicios, que sean más grandes, más gordos, más rápidos y más baratos. Para evitar que las cosas duren demasiado, la industria descubrió el principio de obsolescencia programada: una serie de acuerdos y estándares que permiten que, “mágicamente”, las cosas se empiecen a dañar un tiempo después del vencimiento de la garantía. Y si las cosas tangibles se vuelven efímeras, las vivencias también. Necesitamos tener más estímulos y más experiencias, cada vez más frecuentemente. La publicidad llena permanentemente de deseos cada resquicio de nuestro ser y nos convierte en seres ansiosos, expectantes y dispuestos para el consumo. ¿De qué? de lo que sea, siempre que nos entretenga y nos brinde más promesas.
Como resultado de lo anterior, ningún sentimiento puede resultar tan ofensivo como el aburrimiento. Uno puede divertirse un poco más o un poco menos, pero aburrirse es caer en lo más bajo. No es de extrañar que esta obsesión por hacer siempre más, tener siempre más y vivir siempre mas, termine afectando toda nuestra vida, desde nuestro trabajo hasta nuestras relaciones afectivas. Tener una relación de largo plazo es como estar atascados en un trancón en la autopista, una pérdida irremediable de un tiempo en el que pudimos haber conocido otra gente o producido otras cosas: es un desesperante menos en el universo del más. El deseo de “siempre más” está metido en nuestra médula.
Eso nos lleva al tercer punto: los deseos son, cada vez más, deseos globales. Querer ser una persona respetada en mi entorno cercano no es ya un objetivo aceptable y suficiente. El crecimiento obsesivo nos ordena pensar en grande. Nuestros sueños deben tener el tamaño del universo porque “¡el cielo es el límite!”. Por eso nuestros gustos deben ser cada vez más sofisticados, cada vez más internacionales y cada vez menos locales. Por eso pensamos que comprar cosas importadas en almacenes de cadena es irremediablemente “mejor” que comprar en la tienda del barrio. El mundo no está en donde estamos nosotros. El mundo está en New York, Londres, París y Tokio, y somos nosotros los que tenemos que ganarnos un lugar en ese mundo, abandonando cualquier rastro de provincialismo. Antes era muy difícil hacer un tránsito así, pero hoy en día todo está al alcance de la mano. No hay necesidad de hablar de internet: las mercancías de cualquier país del mundo están a nuestra disposición. El transporte marítimo y aéreo es mucho más barato porque hay mejores tecnologías y el petróleo cuesta menos. El problema empieza cuando el tráfico creciente de barcos, trenes, buses, carros y aviones dispara la quema de combustibles fósiles y con ella las emisiones de monóxido de carbono. Y el problema sigue cuando empiezo a despreciar mi entorno más próximo y mis personas más cercanas porque me distraen de alcanzar ese otro mundo que deseo. No se trata sólo de un problema individual: en las instituciones es aún peor. Sólo hay que ver de qué manera las empresas y las universidades despiden, presionan y pisotean a la gente para mostrar indicadores establecidos por otras personas para otros contextos. Si no lo hacen, no pueden competir globalmente. Y si no se crece a nivel global, el esfuerzo no vale la pena.
Pero el problema continúa aún más allá: la internacionalización de la producción (y de nuestros deseos) necesita de mano de obra barata. Si no fuera así, cualquier cosa importada sería demasiado costosa. Pero para eso está la población de marginados que viven en los países que no hacen parte del “mundo”. Aquellos tan necesitados que darían su vida por un trabajo a destajo, sin horas extra, sin seguridad social, sin dignidad ni respeto. Una mano de obra tan miserable y poco costosa, que es lo único que permite ofrecer productos baratos, de cualquier lugar del orbe, a los verdaderos “ciudadanos legítimos”: aquellos que están en capacidad de consumir y de crecer.
¿Qué es entonces el decrecimiento? El decrecimiento no es sólo un movimiento ecologista, aunque tiene que ver con ecología. No es sólo un movimiento económico, aunque se toca de frente con la economía. Y no es sólo un movimiento político, aunque ha generado partidos políticos y entiende la importancia del poder.
El decrecimiento es ante todo una posición ética que consiste en rechazar la avidez consumista, la cultura del “siempre más” y la ambición desmedida, entendiendo que esos estilos de vida son los causantes de los principales problemas de nuestro planeta. Por eso uno de sus principales promotores, el economista Serge Latouche (sí, economista!), postula la necesidad de dejar de pensar en la riqueza monetaria como la única riqueza posible. Si queremos recuperar un mundo humano tenemos que recuperar también la riqueza de la amistad, del respeto, del ocio y de los valores comunitarios.
Si uno quisiera hacer un decálogo de la ética decrecentista, éste podría ser más o menos así.
1. 1. Volver a la vida simple. El lujo y el exceso no traen felicidad y generalmente sólo son posibles a costa del sufrimiento de otros. Por el contrario, vivir de manera sencilla es una pequeña forma de contrarrestar la aberrante desigualdad de nuestro mundo. Vivir decentemente es vivir con lo suficiente. El despilfarro se toca con la indecencia.
2. 2. Reparar en lugar de reemplazar. No es necesario cambiar de carro porque salió un modelo más nuevo, o porque las llantas están gastadas. Reemplazar cosas innecesariamente puede ser más emocionante, pero sin duda es más costoso para el planeta en el mediano plazo.
3. 3. Consumir inteligentemente. En lugar de dejarnos seducir por la publicidad, podemos preferir los productos y servicios que menos daño hagan al medio ambiente, a la gente y a nosotros mismos. La información de cualquier producto está a nuestro alcance en la red. Ahora es posible saber si las zapatillas de marca que compramos fueron hechas dignamente o si fueron fabricadas en condiciones lamentables por una obrera esclavizada de Bangladesh. Por eso también debemos exigir que las empresas digan explícitamente cómo y con qué están elaborados sus productos, con qué se riegan las verduras que comemos, qué hormonas le inyectaron al pollo del almuerzo o que modificaciones genéticas tiene el tomate de la ensalada.
4. 4. Perder el tiempo y aprender a esperar. El ocio y el aburrimiento son espacios necesarios para nuestra salud psíquica y nuestra creatividad. Además, las cosas realmente buenas no se dan de la noche a la mañana. Hacer una fila o esperar en un trancón pueden ser oportunidades para limpiar nuestra mente de saturaciones innecesarias.
5. 5. Darle el justo valor a las cosas. Al exigir precios bajos a toda costa sólo logramos que mucha gente sea explotada miserablemente en el otro extremo de la cadena. Si respetamos la dignidad de los demás debemos estar dispuestos a pagar precios justos y decentes que reconozcan el trabajo de los otros.
6. 6. Redimensionar y reorientar los deseos. En lugar de desear una mansión o un yate porque sí, podemos entrenarnos en desear relaciones y experiencias más plenas y llenas de significado. No se trata de pensar en grande o de pensar en pequeño. Se trata de pensar con detenimiento qué es lo que realmente queremos para nuestras vidas, y actuar en consecuencia.
7. 7. Revalorizar lo local. Consumir lo que da nuestro entorno cercano es la mejor forma de disminuir el impacto ecológico de nuestras economías y el impacto psicológico de nuestros deseos globalizados. Comprar local ayuda a disminuir la quema de combustibles fósiles. Preferir lo local nos permite mejorar nuestra autoestima y nos enseña a respetar a quienes están más cerca de nosotros. Sobre todo si esos productos locales están hechos con ética, transparencia y respeto por el medio ambiente.
8. 8. Recuperar la memoria y las tradiciones. En la medida en que valoricemos nuestras raíces y respetemos a nuestros mayores, seremos personas más estructuradas, seguras y felices. El crecimiento obsesivo se ha hecho muchas veces a costa de nuestra memoria, pero siempre necesitaremos anclajes individuales y colectivos que nos permitan dar un sentido profundo a la existencia.
9. 9. Construir y fortalecer vínculos de largo plazo. Tratar a las personas como si fueran mercancías efímeras es un camino seguro a la soledad. No importa si se trata de relaciones comerciales, afectivas o laborales. Las verdaderas amistades y el verdadero amor exigen esfuerzo y sacrificio. Pero siempre, siempre valen la pena.
10. 10. Revalorizar lo místico y lo sublime. El pragmatismo del crecimiento obsesivo nos ha inculcado la idea de que sólo existe lo que se ve en la superficie, lo que está al alcance de la razón. Sin embargo las experiencias más importantes de la vida son casi siempre las que nos llevan a creer que hay algo más allá de nuestra limitada comprensión y de nuestra efímera existencia.
Es posible que para algunas personas todo esto suene a una utopía bonita, pero melancólica y trasnochada. Además se puede pensar con mucha lógica que, si todos actuáramos así, la economía colapsaría y habría una crisis inevitable. Al fin y al cabo estamos metidos hasta el cuello en un sistema que depende de las ambiciones individuales para sostenerse. Sin embargo, siendo realistas, no existe la más mínima posibilidad de que algo como esto ocurra. Por el contrario, un proceso gradual de toma de consciencia puede contribuir a que poco a poco vayan cambiando las prioridades de nuestra sociedad. Pero una cosa es segura: el curso que llevamos actualmente sólo nos conduce al abismo. Bien sea que optemos por profundizar las deficiencias del sistema o por cambiarlo completamente, cada vez es más claro que el futuro del planeta no depende de los gobiernos ni de las empresas. Las decisiones que harán la diferencia están en cada uno de nosotros, en los productos que compramos y las cosas que deseamos, y en el trato que damos al planeta y a los demás.



Para profundizar en el tema del decrecimiento sostenible:

La historia de las cosas. Video corto y sencillo que muestra la cadena de producción de las cosas que compramos y el impacto de nuestro consumo en el planeta.
Home Video sobre el cambio climático y la catástrofe que se avecina. Uno de los más hermosos documentales que se han producido en los últimos años.
Obsolescencia programada. Documental franco-español sobre la estrategia de la obsolescencia programada en los productos del mercado globalizado.
Food Inc. Impresionante documental sobre la cara perversa de la industria alimentaria norteamericana.
Carlos Taibó. Entrevista corta con el académico español sobre el tema del decrecimiento.
Serge Latouche, ideólogo del decrecimiento Entrevista con el economista francés sobre el tema del decrecimiento
Simplicidad voluntaria y decrecimiento Serie de videos que muestran las actividades y opiniones de un grupo de partidarios del decrecimiento sostenible.


lunes, 29 de marzo de 2010

La propuesta Verde

Ante la descarada omisión que los medios están haciendo de las propuestas programáticas de los candidatos presidenciales, cada vez es más necesario que los ciudadanos nos tomemos el trabajo de utilizar los medios a nuestro alcance para llevar la discusión a niveles más profundos. El debate de la semana pasada mostró un alto grado de trivialización del escenario político. Los medios están contribuyendo a menospreciar la capacidad de comprensión del colombiano promedio y sólo hacen ecos de programas de gobierno que se resuman en dos o tres palabras. Cuando alguien expone un concepto que va más allá de las consignas obvias, dicen que es confuso y que no tiene claridad.
Por eso es importante mostrar las propuestas de la forma más clara posible y tomarse el espacio necesario para destruir los mitos que se han ido creando alrededor de figuras como Mockus, a quien como no le pueden achacar ninguna relación con intereses oscuros (como a otros candidatos), le han terminado endilgando una pretendida debilidad de carácter acompañada de confusión de criterios. Vamos por partes.
Juan Manuel Santos, que quiere mostrarse como el sucesor de Uribe, exhibe la bandera de la mano dura basado en su gestión como Ministro de Defensa. Desde esa posición elabora un discurso parecido al que impuso George Bush sobre el terrorismo hace ya varios años: “quien no está conmigo está contra mí”. La versión reeditada para la campaña es: “quien no usa un lenguaje agresivo exclusivamente dirigido a las farc, es un blandengue que se va a doblegar ante las exigencias del terrorismo”. Además de convertir a la seguridad democrática en una marca registrada, cuando se supone que es un deber de cualquier gobierno civilizado, esto conlleva el supuesto de que si alguien señala la necesidad de acabar con otras fuentes de violencia (violencia doméstica o corrupción, por ejemplo), es porque se está haciendo el de la vista gorda ante el terrorismo de las farc y va a echar al piso la seguridad democrática. Estos razonamientos son simplemente inaceptables, pero terminan siendo parte del sentido común de la mayoría de la población porque han venido siendo presentados en los medios con la misma persistencia irracional de cualquier emisora que quiere “pegar” una canción. Uribe se ha encargado durante los últimos ocho años de dejar muy en claro que en este país el terrorismo se llama la’far’ y que todos los males son culpa del terrorismo. A cualquier persona sensata esto le parecería una simplificación excesiva de la realidad compleja de un país como Colombia, pero la aceptación que tienen estas tesis es una evidencia de que la gente no quiere enredarse y busca cosas simples.
La postura de Mockus es mucho más coherente y pertinente, pero no por eso es menos clara o menos sencilla. Lo que pasa es que en el estado actual de cosas, dicha propuesta requiere de una pequeña explicación para ser entendida (explicación que no tiene cabida en nuestros debates estilo reinado de Cartagena). Aquí va la explicación.
El narcotráfico ha potenciado en Colombia una cultura en la que es justificable salirse de la ley (por ejemplo usando la violencia) para adquirir poder. Esa cultura es algo que tienen en común, por citar unos ejemplos, los guerrilleros de las farc, los rastrojos, los políticos del PIN, y algunos niños que desde las comunas de Medellín aspiran a ser otro Pablo Escobar, otro Chupeta, otro Don Berna. Pero la cultura del narcotráfico no se ha limitado a los círculos cercanos de los narcotraficantes. La cultura mafiosa ha terminado haciendo cada vez más débiles los límites morales, legales y culturales de grandes sectores de la población. A muchos no les parece grave evadir uno que otro impuesto de vez en cuando, o saltarse la letra pequeña cada cierto tiempo - “¡Pero si yo no le hago daño a nadie. El estado no siente!”-. Estamos más acostumbrados que otras sociedades a darnos permisos, a forzar los límites y a usar atajos para “facilitar las cosas”. No es que todo esto sea un fruto del narcotráfico, pero nadie puede desconocer que el narcotráfico ha logrado sacar lo peor de muchos colombianos. Y una de esas peores cosas es la cultura de la trampa y el atajo. Así, en la propuesta de Mockus se pueden identificar dos premisas esenciales. En primer lugar, el país tiene un problema cultural que no se puede achacar a un solo actor de forma exclusiva. Para ponerlo en otros términos, la seguridad democrática sería como la medicina alopática o convencional que ataca los síntomas (la’ far’) sin preocuparse por las relaciones sistémicas que hay detrás de esos síntomas. La propuesta de Mockus sería en cambio como la de la medicina bioenergética: tratar el sistema para que desaparezcan los síntomas. Intervenir directamente la cultura y crear un cambio de mentalidad para que no sea aceptable, bajo ninguna circunstancia, la violación de algunos principios básicos, como el respeto a la vida y el respeto a los recursos públicos. A esto se refiere Mockus cuando propone crear tabúes de manera que robar o matar sea igual de feo que pegarle a la mamá.
En segundo lugar, y yendo más adentro en la naturaleza del problema, tenemos un tremendo divorcio entre la cultura, la ley y la moral. ¿qué quiere decir eso? Quiere decir sencillamente que lo legal nos parece jartísimo, lo que nos atrae y nos entusiasma suele ser ilegal y el hecho de saltarnos la ley no nos provoca remordimientos. Así de sencillo. Por eso es frecuente oír por ahí que tenemos una legislación para un país como Suecia. Nosotros mismos no aceptamos que una legislación progresista sea para Colombia porque reconocemos que nuestra cultura menosprecia el valor de la ley. Y lo más grave: no nos importa. Porque, como en todo estereotipo, esto tiene un lado bueno que es el famoso mito de la malicia indígena. Los colombianos nos las damos de vivos, de maliciosos, de astutos, y nos burlamos de los canadienses, los gringos y los austríacos porque nos parecen excesivamente ñoños. No hay que ser demasiado vivo para darse cuenta que es esa misma viveza la que nos lleva a pasar por encima de la ley sin que se nos mueva un pelo. Y es esa cultura de la trampa (la malicia indígena no es más que un eufemismo), la que ha sido alimentada por la ambición que trae el narcotráfico y que nos tiene metidos en una espiral de violencia que lleva más de medio siglo.
Ahora bien, ¿cómo se crea un cambio de mentalidad tan grande como para cerrar la brecha entre nuestra cultura y nuestra ley? Lo más interesante es que Mockus es precisamente el único dirigente político en el país que ha logrado cambios de este tipo desde una posición de gobierno. Voy a mencionar dos ejemplos muy sencillos: En la década de los ochenta era imposible ver a alguien en Bogotá manejando con cinturón de seguridad. Al finalizar la primera alcaldía de Mockus todo el mundo había desarrollado el instinto de ponerse el cinturón antes de arrancar. De igual manera, a principios de los noventa los peatones debían cruzar la calle entre los carros porque no existían cebras y mucho menos existía la conciencia de respetarlas. Hoy en día el conductor que queda atravesado en una cebra por un cambio de semáforo siente inmediatamente la presión de estar haciendo algo mal. Estos cambios no se lograron únicamente con mimos o con tarjetas rojas. Pero tampoco se debieron exclusivamente a las multas. Estos cambios se dieron gracias a la combinación de diferentes elementos. ¿Cuáles elementos? Pues precisamente los que permiten acercar la ley a la cultura y éstas dos a la moral. La multa funciona como una sanción legal, pero si no va acompañada de una presión social, el multado termina buscando la forma de evadirla y no llega a sentir culpa. El mimo funciona como el símbolo de una sanción social, pero si no va acompañado de una multa, no genera la fuerza suficiente para convertir el comportamiento en hábito. Por eso la estrategia se puede resumir así: combinar presiones legales con presiones sociales, en la misma dirección, para producir remordimientos y culpas por los actos ilegales. Por esa vía se lograron cambios importantes y duraderos en Bogotá que hoy a muchos nos siguen enorgulleciendo.
La pregunta es: ¿puede usarse el mismo razonamiento para resolver los problemas de Colombia? La apuesta es que sí se puede. De hecho es una apuesta que apunta a una mano dura, más dura que la del uribismo más recalcitrante. Por una sencilla razón: la mano dura de Uribe-Santos está dirigida a erradicar militarmente a la’far’. La mano dura de Mockus en cambio está dirigida a atacar jurídica, social y militarmente cualquier tipo de ilegalidad. Y sabemos que la tolerancia a la ilegalidad está detrás de todos los problemas del país. Desde la corrupción hasta el desempleo pasando por la crisis de la salud y el narcotráfico. El enemigo no es la izquierda o la derecha. El enemigo no es el que piensa distinto o el que se niega a darme la razón. El enemigo es la ilegalidad, en todas sus formas. Necesitamos que Colombia sea un país legal
No es fácil, pero se puede. Se necesita una revolución cultural. Y para esta revolución se necesita un mandato claro. Por eso es importante que Mockus gane no raspando, sino con muchos, muchos votos. No estamos pensando en ganar la campaña, sino en emprender la tarea gigantesca de cambiar a Colombia para convertirla en un mejor país. Si estas ideas le parecen convincentes, por favor vote por Mockus el 30 de mayo. Si le sigue pareciendo muy complicado y necesita algo más simple, puede seguir siendo uribista o mamerto. Pero no diga que no se lo advertimos.

sábado, 7 de noviembre de 2009

Músicos blancos, sonidos negros

Ponencia para el congreso de SEM en México (18 al 22 de noviembre de 2009)

Músicos blancos, sonidos negros, trayectorias y redes de la música de marimba del sur del Pacífico colombiano en Bogotá.

Esta ponencia es resultado de mi tesis de maestría en Estudios Culturales titulada “Músicos blancos, sonidos negros. Trayectorias y redes de la música del sur del Pacífico colombiano en Bogotá”. El propósito de esta investigación fue el de indagar por las diferentes conexiones que se han venido creando en las últimas dos décadas entre algunos grupos de músicos bogotanos, principalmente dedicados a la fusión de jazz con músicas tradicionales, y algunas vertientes de la música de marimba de chonta del sur del Pacífico colombiano, una música rural y negra tocada por grupos descendientes de esclavos asentados a las orillas de los ríos en una de las regiones más lluviosas del mundo. Estas conexiones han puesto en evidencia una permanente tensión entre distintas lógicas – podría decirse epistemologías – musicales que oscilan entre la modernización de la música y su inserción en circuitos de mercado de la industria discográfica globalizada, y la visión romántica de un folclor local, ajeno a las influencias del capital y que debe ser rescatado y protegido a toda costa. Esta tensión ha llevado a poner de relieve los diferentes mecanismos de traducción que operan para que la música circule y sea familiar tanto en contextos rurales, como en grandes ciudades.
En la investigación utilicé las teorías del actor-red de Bruno Latour para describir las conexiones entre diferentes elementos, humanos y no humanos, y de esta manera trazar trayectorias de red. La idea de usar esta teoría partió del reconocimiento de la enorme complejidad de las conexiones a nivel musical, a nivel de identidad, y en muchos otros aspectos, complejidad que hacía imposible el uso de totalidades sociales dadas de antemano. En esta presentación no alcanzaría a hacer la discusión teórica sobre las distintas formas en que estoy usando este marco de la teoría del Actor-red. Por esta razón voy a centrar la presentación en los resultados de la investigación y la voy a dividir en cinco puntos principales: En primer lugar, haré un breve resumen de las diferentes representaciones que se han construido sobre esta lógica musical en un país que se piensa a sí mismo como urbano y mestizo. En segundo lugar, haré una breve descripción de las lógicas musicales que hay detrás de las manifestaciones más antiguas de la música de marimba en la región del sur del Pacífico colombiano. En tercer lugar, resumiré los cambios más notorios que ha sufrido esta música en los últimos veinte años. En cuarto lugar, mostraré las lógicas que ponen en juego los músicos urbanos y blancos que acceden a estas sonoridades. Por último, mostraré algunas de las complejidades que se deprenden de esta relación esquismogenética en la que, aparentemente, la lógica moderna de la industria discográfica tiende a avasallar a la lógica tribal de la música de marimba.
En 1878, el influyente literato, periodista y político del siglo XIX José María Samper escribía en su texto De Honda a Cartagena, una descripción de un currulao, o baile de negros observado a orillas del río Magdalena:
Aquella danza es una singular paradoja: es la inmovili¬dad en el movimiento. El entusiasmo falta, y en vez de toda poesía, de todo arte, de toda emoción dulce, profunda, nueva, sorprendente, no se ve en toda la escena sino el instinto maquinal de la carne, el poder del hábito domi¬nando la materia, pero jamás el corazón ni el alma de aquellos salvajes de la civilización. Ninguno de ellos goza bailando, porque la danza es una ocupación necesaria como cualquiera otra. De ahí la extraña monotonía del espectáculo (…) La vida para esas gentes no es ni un trabajo espiritual, ni una peregrinación social, ni siquiera una cadena de deleites y dolores físicos: es simplemente una vegetación, una ma¬nera de ser puramente mecánica (1878).

Al parecer Samper interpretaba la ausencia de una gran narrativa como la ausencia de un arte y la falta de grandes contrastes como la ausencia de emociones musicales. Especialmente veía con desprecio el hecho de que los bailarines se dejaran llevar por el “instinto maquinal de la carne” en lugar de crear un arte capaz de “elevar el espíritu”, como la música europea. Esto coincide con muchas de las apreciaciones que insistentemente relacionaban las prácticas musicales con una supuesta falta de moral y ausencia de espíritu de progreso de la gente negra durante el siglo XIX (Birenbaum, 2006). Además de esta no productividad ociosa, claramente nociva para un pueblo que se mira en el espejo de Europa, las músicas negras como la música de marimba eran percibidas como músicas diabólicas por su excesiva corporalidad y por su capacidad de hacer entrar en trance a los bailarines. Esto provocó una relación conflictiva entre la iglesia católica y la música de marimba de chonta que se prolongó durante los siglos XVIII, XIX y XX y que incluye leyendas sobre sacerdotes que van de pueblo en pueblo quemando las marimbas o arrojándolas a los ríos (Agier, 1999, p.225).
Pero otra de las marcaciones coloniales que aún hoy en día determina la forma en que esta música es percibida por públicos urbanos, es la que señala a la música de marimba como primitiva y atrasada por la sencillez en el manejo de algunos elementos musicales. Esto se desprende del imaginario de la música como ciencia que se difundió a partir de personajes como Descartes y Rameau, y en general por la obsesión de la música europea con la armonía como elemento predominante. Así, a pesar de que la música de marimba de chonta, al igual que muchas músicas africanas, tiene una gran complejidad rítmica y tímbrica, el hecho de tener esquemas armónicos simples y de ser tocada con instrumentos de fabricación artesanal, hace que fácilmente se la ubique en el último lugar de una escala evolutiva imaginaria, en cuya cima estaría la música urbana artística europea.
Como se puede ver, estas marcaciones guardan una estrecha relación con el hecho de que la música de marimba utiliza (o utilizaba) unas lógicas diferentes a las de las músicas urbanas. Pero, ¿cuáles son esas lógicas? En primer lugar, esta música está muy ligada a lo mágico y lo sobrenatural. Hay una estrecha relación entre la fabricación de las marimbas y la intervención de duendes u otras figuras mágicas. A la música se le atribuyen poderes sobrenaturales y, al igual que en otras tradiciones, existe la leyenda de un marimbero que fue capaz de vencer al diablo en un duelo. Para poner un ejemplo cercano, Josè Antonio Torres, uno de los marimberos más famosos, se precia de que su ombligada se hizo sobre las tablas de una marimba, lo cual selló su futuro como marimbero.
En segundo lugar, se trata de una música que, dentro del contexto rural está claramente articulada a los eventos de la vida cotidiana de las poblaciones, dentro de una apropiación particular de la religiosidad católica. Así, para los arrullos a los santos se utilizan alabaos, que son canciones a capella, para los funerales de niños, o chigualos, se tocan bundes, que son rondas infantiles muy sencillas rítmicamente y para las fiestas se tocan currulaos, rítmicamente muy complejos, con marimba y percusión. Esta articulación de lo sonoro con las actividades diarias, hace que en todo caso sea muy difícil hablar de géneros en un sentido estrictamente musical. Una confusión común para quienes se acercan a esta música desde una perspectiva académica consiste en que los músicos de la región utilizan como denominaciones genéricas lo que en otros contextos sería simplemente el nombre de una canción. Pero otra de las consecuencias de la relación entre la música y la cotidianidad es que la música es espontánea, bailable, de formas abiertas, con patrones repetitivos y sin grandes contrastes. En una fiesta se puede saber cuándo empieza una canción, pero difícilmente se puede saber cuándo acaba. Todo depende del estado de ánimo de la fiesta y de la voz que lidera la canción. Y esto es lo que facilita entender la música como una vía para entrar en trance y dejarse llevar, especialmente en el caso de los currulaos que se tocan en las parrandas.
Todas estas características que se observan en contextos rurales tradicionales han estado sujetas a cambios drásticos en los últimos veinte años a raíz de la interacción de varios factores. Por un lado está la creación de festivales que, con el propósito de recuperar una tradición en vías de extinción, llevan a la música a un escenario, ante un jurado con todas las implicaciones que tiene el hecho de extraer el sonido de sus condiciones originales de producción. En segundo lugar está la influencia de otros géneros como la salsa, el rap y el reggaetón a raíz de la llegada de medios masivos de comunicación a la región. En tercer lugar está la influencia de discursos como el multiculturalismo, el patrimonio intangible y la world music, que han creado en los músicos rurales la consciencia de que la música puede funcionar como un recurso de explotación para su propia superviviencia. En cuarto lugar estarían las políticas estatales de apoyo a la conservación de músicas tradicionales, y por último está la relación cada vez más estrecha entre músicos rurales y músicos urbanos que actúan como traductores con la función de convertir una música marcada como atrasada en algo familiar y accesible para públicos urbanos.
Algunos de los cambios que se han producido en la música por la interrelación de estos factores son:
1) La delimitación del formato del conjunto de marimba como sinónimo de la música del sur del Pacífico. A pesar de que en la región existen expresiones musicales muy variadas, los festivales exigen un formato instrumental estándar que a su vez se ha vuelto la norma para otros contextos. 2) la imposición de estándares para la duración de las canciones y la delimitación de las formas a través del uso de cortes y contrastes planeados de antemano. 4) Las improvisaciones en la marimba y la introducción del virtuosismo debido a los estímulos que ofrecen los festivales para los mejores marimberos. 4) La mezcla de géneros o músicas que antes se usaban en contextos completamente diferentes. Como recurso para entusiasmar al público ahora los grupos suelen hacer un alabao (una canción religiosa) o un bunde (una ronda infantil) como introducción para un currulao en un contexto de parranda, con el grupo en escena. 5) La composición de canciones originales con letras provocadoras que sirven para interpelar al público en una situación de concurso. 7) El uso de marimbas temperadas e instrumentos eléctricos. Mientras el formato tradicional se estandariza, los que participan en el festival en categoría libre pueden usar prácticamente cualquier combinación instrumental. Esto construye la percepción problemática de que la flexibilidad es una característica de músicas más modernas, mientras las manifestaciones tradicionales corresponderían a esquemas rígidos.
Todas estas transformaciones, más la exposición que ha tenido la música en los festivales, la ha vuelto accesible para músicos bogotanos interesados en hacer fusiones de jazz con músicas tradicionales, dentro del espíritu del multiculturalismo. Dentro de esta investigación se entrevistaron a muchos de los músicos de la capital que han incorporado la música de marimba de chonta su repertorio y se encontró que tienen en común varias cosas: todos tocaron rock en su adolescencia, a todos les interesa especialmente la complejidad rítmica, todos prefieren estudiar las músicas más rurales y menos mediatizadas, y la gran mayoría se sienten fuertemente interpelados por el carácter “tribal” (en palabras de ellos) de esta música, es decir, por su carácter comunitario, cotidiano, mágico y por su facilidad de propiciar estados de ánimo especiales, como entrar en trance. Tal vez por esta razón, la mayoría de estos músicos hace verdaderas peregrinaciones a los pueblos más recónditos del Pacífico sur colombiano para buscar sumergirse en la cultura, pues son conscientes de que el sentido de la música es inaprehensible cuando no se ha experimentado con todo su sabor local.
Sin embargo, lo primero que se observa al escuchar algún currulao producido por alguno de estos grupos urbanos, es que ese carácter tribal se desvanece necesariamente en el transcurso de la producción. La música de estos grupos es pensada y realizada en entornos donde pierde contacto con la cotidianidad e inevitablemente se convierte en algo exótico. Al mismo tiempo la creatividad de los músicos los lleva a introducir nuevos elementos, especialmente en cuanto a complejidad armónica, teniendo en cuenta que la mayoría de ellos tiene formación musical profesional. Las canciones se componen, se graban y se producen en estudio. Aunque en la mayoría de los casos esto ocurre a través de sellos independientes, los músicos productores se orientan por los lineamientos de la industria discográfica: es necesario pensar en un nicho objetivo que permita mercadear el producto y hacer que al menos se recupere la inversión. Esta dinámica los lleva a buscar integrarse a circuitos de world music y esa integración a su vez, los aleja de la lógica tribal que los interpeló en un principio. En resumen, como dice Veit Erlmann, este es “el paisaje sonoro de un universo que, con toda la retórica de raíces, ha olvidado su propia génesis: las culturas locales” (Erlmann citado por Ochoa 2003, p.106). La lógica musical de lo cotidiano, lo mágico y lo tribal es avasallada por la lógica moderna del capital.
Sin embargo, en este caso parece ser pertinente el concepto de esquismogénesis utilizado hace ya varios años por Steven Feld (1995) para la relación entre world music y world beat. Mientras el discurso de la world music promueve un gusto por las raíces auténticas, el world beat obliga a hacer concesiones de estilo para obtener un beneficio comercial. De esta manera, los músicos que actúan como traductores entre distintas lógicas musicales buscan constantemente un equilibrio entre diferentes posibilidades de traducción. Algunos, por ejemplo, desechan la idea de traducir el sentido musical y se contentan con incluir ciertos patrones rítmicos y algunos timbres de instrumentos artesanales dentro de sus producciones. Otros en cambio, hacen esfuerzos por traducir las connotaciones locales de la música pero para un contexto urbano, produciendo unos resultados comparables a las traducciones literales realizadas por un programa de computador. Un ejemplo de esto es el disco Agua, del grupo La Revuelta (2006). Ante la importancia que tiene el agua para las poblaciones del Pacífico, asentadas a las orillas de los ríos, y ante la relación que frecuentemente se señala entre el timbre de la marimba y el sonido del agua, este grupo se preguntó cuál sería el sonido del agua en una ciudad como Bogotá. Como resultado, la contraportada del disco tiene la imagen de un grifo y el segundo track es el sonido de un inodoro (wáter) siendo descargado.
Un ejemplo como el anterior podría sugerir que es imposible traducir realmente todo lo que sucede en los contextos tradicionales de la música de marimba, ya que la extracción de la música de sus condiciones locales genera una suerte de esquizofonia (para acudir de nuevo a Feld) que produce un desvanecimiento inevitable del sentido. Es muy difícil que en una ciudad como Bogotá haya público dispuesto a bailar siquiera esta música cuando se trata de una música marcada como primitiva y atrasada, y que además tiene subdivisión ternaria cuando la mayoría de la música caribeña bailable es de subdivisión binaria. Y es todavía más difícil que esta música guarde en un entorno completamente diferente algo del carácter religioso que aún tiene en su mundo local.
Sin embargo, es posible que esta traducción si exista. Sólo que no se da a través de las producciones discográficas, ni es visible a través de los conciertos. Es posible que el sentido de la música si esté siendo reproducido de una manera respetuosa, pero no en un estudio de grabación, ni en un auditorio. Sospecho que esta traducción se realiza plenamente cuando uno de estos grupos se sumerge tan de lleno en la cultura de la marimba que es capaz de tomar los instrumentos y empezar a improvisar con el único interés de divertirse, de dejarse llevar. Porque es en este momento cuando empieza a aparecer una lógica musical de lo cotidiano, de lo comunitario, de lo “tribal”. Nuestro problema como investigadores, consiste en que difícilmente podemos acceder a esas lógicas a través de documentos como etnografías o grabaciones. Tal vez si no estuviéramos sentados oyendo una presentación académica, sino tocando y bailando, podríamos entender mejor de que se trata todo eso, aunque luego no seamos capaces de escribirlo.